Todo lo que tengo que hacer para estar acá
Por Fabio Rosenstein
Hay un ejercicio teatral denominado “Momento privado”. El mismo consiste en realizar una acción que tendría parte únicamente en nuestra intimidad y que se vería interrumpida ante la presencia de un otro. No, no puede tener que ver con la masturbación ni con lo escatológico, de hecho, es una contraindicación. La finalidad del ejercicio es múltiple, pero una de las áreas que más trabaja es la relajación en escena para transmitir aquella verdad inconfundible propia de nuestra privacidad. Sin embargo, surge un inconveniente: los actores a menudo recrean intimidad, pero paradójicamente siempre están expuestos. ¿Cómo se consigue entonces contar esa situación particular de soledad? ¿Cómo hace el artista si es consciente de la presencia de cientos de ojos atentos a su comportamiento? Si sólo nosotros mismos conocemos esos momentos expresivamente tan ricos y que tanto nos cuentan. Bien, puesto que el arte se nutre de esos elementos, se trata aquí entonces de entrenarlos para rescatarlos.
“Todo lo que tengo que hacer para estar acá” nos muestra la vida de una mujer en un camarín de teatro. Sus sueños, su imaginación y su realidad.
Al comienzo todo es euforia, una alegría cuasi frenética que despierta en los espectadores mucha comicidad. Una actriz juega, o mejor dicho juega a actuar. Actúa desde la acepción inglesa de la palabra, (play) sí, pero ¿realiza su oficio? ¿actúa un relato ficticio de su vida? ¿es actriz por actuar que actúa o su juego denota que está lejos de sus sueños? Se dará allí un despliegue de bailes, gestos y verborragia que pronto se agotará. Ya no podremos ser cómplices de su comportamiento y comenzará una incomodidad en el público, creada a propósito por nuestras talentosas directoras y su intérprete.
¿Quién es esta persona? ¿Cuál es su historia? Tal como ocurre con las capas de una cebolla, el personaje se irá desarmando. No me refiero a la composición que, por contrario, crecerá a medida que la otra muere. El trabajo de Antonella Valese se agranda porque logra mutar para abordar una exposición sincera al extremo. Su diseño dramatúrgico atraviesa con cierto lenguaje simbolista un camino hacia la desnudez.
Poco tiene esta que ver con un lenguaje superficial: no se trata de gritar desaforadamente y arrojar pintura sobre el escenario. Tampoco de romper objetos o sentarse sin ropa sobre el público. Si bien es cierto que una decisión estética de ese estilo sería muy respetable, a mi entender, la mayoría de las veces, suele reforzar un disfraz bajo la aparente muestra de desnudez.
Claro está que el teatro utiliza máscaras y es el ejercicio pleno de la representación. Pareciera haber contradicción ¿verdad? La gran ironía es que utiliza todo el artificio en pos de la verdad.
Por eso mismo, cuando un artista logra abrir su alma y viene a “ofrecer su corazón” quita las ataduras y nos conecta con nuestra humanidad.
Antonella nos dice aquí: “Esto es lo que soy” la dramaturga, la actriz, la persona. Expone con valentía imágenes de su infancia y poco le importa si alguien puede pensar que quizás sea un relato autorreferencial.
Hoy en día consumimos series y películas y pareciera tener un valor extra cuando se trata de un caso real, cuando en definitiva la virtud del arte está en su capacidad de producir un impacto en nuestras mentes y almas. Si es ficción, si es realidad ¿importa?
En esta obra somos testigos de una intimidad y nos acercamos a aquellas cosas que a veces no se ven. “Todo lo que tengo que hacer para estar acá” nos invita a mirarlas de frente y así, en un viaje a nuestra historia, nos conecta con nosotros mismos.
¿Dónde? Palestina 919 timbre 2 (mapa) - Capital Federal
¿Cuándo? Sábados 22.30 hs
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Dramaturgia: Antonella Valese
Actúan: Antonella Valese
Vestuario: Aimé Coca Guzmán
Diseño de escenografía: Leandro Crocco
Música: Facundo Galli
Diseño De Iluminación: Leandro Crocco
Fotografía: Lucía Tomas
Diseño gráfico: Maru Insua
Producción: Antonella Valese
Dirección: Stefania Koessl, Melina Rodriguez